Me llevó bastante tiempo encontrar un sitio que me gustara a un precio razonable. No viajo tanto como me gustaría, así que cuando lo hago, me gusta que los sitios donde nos quedamos formen parte de la experiencia. Para nuestro viaje a Roma los 4 solos esta Navidad, me recorrí fácilmente la mitad de la oferta hotelera de la ciudad y medio Airbnb hasta que di con el loft que me ganó. Soy plasta, pero siempre termino dando con lugares especiales que hacen más inolvidables los viajes.
Son ese tipo de cosas que mi marido no termina de entender: “Bea, que vamos a ver Roma no a pasar el día en un apartamento, ¿qué más da?”, pero luego termina dándome la razón.
Y es que no es lo mismo llegar a un apartamento tristón o a una habitación de hotel pereza después de pasar el día pateando la ciudad, que a un lugar que te hace sentir como en casa… o mejor. Tener un sitio al que tienes ganas de llegar y en el que te apetece estar me parece fundamental. Además, así puedo cultivar mi hobby de imaginarme la vida viviendo en casas ajenas en diferentes ciudades. Voy testando lo que sí y lo que no pondría en esa casa imaginaria que nos haremos cuando me toque la lotería. Las posibilidades son nulas pero yo sigo construyendo castillos en el aire.




En el loft no había tele y, una vez superado el shock inicial para un sector de la familia, descubrimos que no solo no la echábamos de menos sino que se estaba realmente bien sin ella. Al menos por unos días. En su lugar, había una cadena de música y una buenísima selección de CDs que fuimos pinchando a lo largo de los días. Cualquiera de los 4 podía elegir; la única condición era escucharlos enteros. Descubrimos buena música, sobre todo mis hijas, y lo que más me gustó: disfrutamos tranquilamente de ella, sin cambios de canciones constantes. Y me di cuenta de la paz que da y lo bonito que es escuchar un disco entero. Ya casi no escuchamos los discos de principio a fin. Adoro Spotify y me permite descubrir y escuchar un montón de música a la que probablemente no llegaría, pero la paz de poner un disco o un CD y dejarlo estar, es maravillosa. La idea de tener una mini cadena o un tocadiscos en casa subió posiciones de nuevo. Aunque suene a cliché hipster de moda.
Estuvimos solo 4 días en Roma, pero en tan poco tiempo conseguimos crear pequeños rituales en el apartamento donde la música siempre estaba en el centro. Es verdad que la casa, un loft de techos altos y espacios abiertos, invitaba a escuchar música juntos. O quizá solo era parte de ese ambiente especial que se crea en los viajes, donde acaricias una vida familiar idílica fuera del ritmo frenético del día a día. Como si hiciéramos una tregua no pactada que nos permite disfrutar, soltar y conocer un poco más a las personas que somos detrás de los deberes, compromisos y exigencias cotidianas. Son días donde nos soltamos el corsé, todo conecta y dejamos espacio para la dispersión, la espontaneidad y las risas.

Por las mañanas poníamos un CD al levantarnos mientras preparábamos el desayuno, aunque mi momento preferido era justo a la vuelta a casa, después de todo el día juntos pateando la ciudad. Encendía las luces de las lámparas que tenían en diferentes rincones del salón, elegíamos un CD, me ponía un vino, y cada uno se tumbaba a su bola a descansar haciendo lo que más le apetecía por un rato antes de ponernos a preparar la cena. Estar cada uno a lo suyo, pero todos juntos en el mismo espacio con la misma música, fue mi primer momento ancla del año (va por ti Kattia).
Comenzamos año nuevo al ritmo de Bee Gees, cocinamos con Los Beatles, jugamos al Mikado con Mumford & Sons, REM o Fatboy Slim, leímos con Miles Davis de fondo, y disfrutamos del disco “There´s no leaving now” de The Tallest Man on Earth varias veces porque a Lola le encantó.




Así que sí, sí que da. Puestos a elegir, elijo siempre la belleza, el detalle y la sensibilidad de un sitio que me haga sentir a gusto. Seguiré buscando esos lugares que me permitan multiplicar las experiencias en cada sitio al que vamos.
Aquí os dejo el enlace (no patrocinado) al apartamento en Roma. Si vais por allí, saludad de mi parte a Cristina y tomaros una copa de vino en mi honor mientras suena The Tallest Man on Earth. Espero que lo disfrutéis.
P.D: El título del post es en honor al libro con el que estoy ahora: “Mi año romano”. Me perdí a André Aciman en el Ateneo en el Festival Leer juntos de la pasada semana, pero siempre me quedará su libro.